Los cuerpos no están motivados para correr un medio maratón cuando tu equipo ha perdido el día anterior 0-2 contra el Barcelona, pero como muchas cosas en esta vida, no dependió de ti esa derrota, pero sí el terminar una de las carreras más impresionantes de Madrid. No había escusa y allí nos fuimos.
El madrugón de los que hacen época, de esos que te recuerdan cuando algún día has vuelto a casa al amanecer después de una noche de juerga. Este año echamos en falta a los paracaidistas aterrizando en línea de salida. Sí estuvieron varias compañías de soldados con su impecable formación recorriendo las arterias de la capital.
No teníamos un objetivo claro para esta carrera, después de una mediocre preparación, por lo menos por mi parte, y un catarro que me dejó parado 15 días, solo aspiraba a terminar. Estrella había sido más regular y estaba más motivada. Fue toda una sorpresa en el primer kilómetro encontrarnos con unos compañeros de trabajo que hacía tiempo que no veíamos, charlas, risas y sin darnos cuenta estábamos recogiendo la botella de agua del km 10. Llevábamos buen ritmo 6´/km y mejor compañía. El calor empezaba apretar y se vieron los primeros pajarones. Sin darnos cuenta estábamos entrando en el Retiro, trepando por la cuesta del Ángel Caído, que todo hay que decirlo, "sobra" porque después de 19 km un muro de estas características queda como algo inalcanzable, imposible, como un espejismo, una alucinación. Pero bueno, un poco más adelante lo que queda de ti transita de aplauso a aplauso de la gente que te anima en la recta de llegada y finalizas, acabas, terminas.
Si hacemos una comparativa con el año anterior, mejores tiempos, corrimos con buena compañía, llegamos más enteros, más satisfechos. Pero el año anterior no perdió el Madrid el día anterior.
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